lunes, 6 de julio de 2009

Huele a espíritu adolescente

Ya teníamos varias noches encima. Aún no éramos los reyes de la noche, pero todo se estaba formando muy de a poco.
Entramos al boliche que daba forma a la historia de nuestros sábados, cómo de costumbre.
Todavía no conocíamos la previa e ingresábamos relativamente temprano. A la noche. Ya habíamos dejado la Matinee. En realidad la noche noche aún no existía. En ese entonces existía la Marathon, que consistía en permanecer en el boliche desde las 19 hasta las 4, los becerros se iban a las 12 y los más grandes quedaban hasta el final.
Como nuestra edad era confusa, quedábamos ahí en el medio, mezclándonos entre las dos tribus. Y pasábamos por desapercibidos.

- “Rata, Rata. Tengo un pedo para mil, boludo. No sé ni yo lo que tomé. ¿Vos que tomaste? Porque yo me re cebé con los chupitos calientes y ahora no puedo mantenerme en pie. Rata estoy re en pedo boludo. Ya no sé que hacer para pilotearla. Encima Adri cae a cada rato con sus piscos. Malditos piscos. Se me da vuelta todo. Mirá, me voy a ir a chamuyar a la gordita. Porque me mira ¿viste? Y además está bastante buena, no tiene nada que ver que sea gordita ¿o si? Yo creo que no, mejor me la voy a chamuyar porque es tetona. Me gusta la gordita, ahora vengo.”

Y eso hice. Me daba cuenta que estaba en pedo pero estaba bastante bien, podía mantener una conversación necesariamente racional. Así que sin dudarla me fui a charlar a la gordita. Que era linda, simpática y tenía todo lo que una pendeja de 16 debía tener.

- “Yo te veo en la peatonal todas las tardes ¿Cómo te llamabas? Porque estoy seguro que sé tu nombre. Ah Julieta. Juli, ahora me acuerdo. ¿Vas al inmaculada, no? Ah que macana che, porque sos re parecida a una Juli del inmaculada. Igual es verdad que te veo cara conocida. ¿Vamos a tomar cerveza?”

Ya curtido con el alcohol invitaba a tomar cerveza a cuanta chica me conversara más de 7 palabras seguidas sin notar en su cara la tan conocida expresión de “qué estúpido, en que momento se irá”.

El problema a todo esto era que Juli era como la cuarta chica que le invitaba una cerveza y me había olvidado de anotar en mi lista temporal de tragos-de-la-noche los chupitos prendidos fuego, los piscos de Adri, la caña de la Rata y los “juguitos de ananá” del Oso colmados en alcohol.

Nos habíamos ido cerca de los guardarropas. Era un lugar tranquilo porque la música no sonaba tan fuerte, se podía conversar y eventualmente transar. Porque así lo llamábamos a fines del 93. Transar. El término estaba bueno y lo siguieron usando las generaciones ulteriores.

Terminada la charla de rutina, tomé coraje y le acerque la boca a Juli recibiendo un caluroso beso. La abrazaba y trataba de sostener el vaso con una mano y con el otro le hacía gestos al Gusano que estaba atrás mío observando el panorama.

Cerré los ojos, dejé de hacer los gestitos pedorros hacía mi amigo y me quise concentrar en el beso.

- “Ahora vengo Juli, me vas a tener que esperar”

Y me fui, sin dudarlo, porque el vómito se escapaba de mi boca. Pisé muchas personas en el camino, recibí patadas y puteadas.

Me fui a los reservados y me senté solo en un sillón que quedaba vacío.
Me quedé no sé cuanto tiempo en ese sillón. Trataba de abrir los ojos pero pesaban como una tonelada cada uno y se me hacía imposible mantenerlos abiertos.

Cuando podía reaccionar abría la boca y vomitaba. Enfrente mío estaba el gordo Rodrigo. También en pedo. Pero él podía aguantar sus vómitos. El gordo me señalaba y se cagaba de la risa. Yo pensaba “gordo hijo de puta de qué mierda te reís”. Pero sólo lo pensaba porque no podía decir una palabra, no tenía fuerza para nada.

Un alma generosa me llevó al baño, hizo que lave mi cara y me puso agua fría en la nuca.
En ese estado volví a buscar a Juli, quien asquerosamente siguió besándome.

Después de un buen rato fui en búsqueda de mis cómplices nocturnos. Estaban todos juntos en el rincón de una de las escaleras. Diciéndole barbaridades a cuanta chica esbelta se cruzara en el camino. Porque eso es lo que hacíamos. Decíamos barbaridades. No existían los piropos ni el chamuyo barato. Eran simples obscenidades sin objetivo de buscar amor perpetuo.

- “Rata no sabés lo mal que me siento. Rata no puedo parar de vomitar”.

Y sin darme cuenta empecé a vomitar sobre la mano de la Rata. En realidad no sé si no me daba cuenta. Lo que sé es que no tenía otra alternativa. La Rata estaba ahí y su mano en el mismo lugar donde mejor iba a calzar mi vómito.

Se cagaba de risa y me mostraba su mano. Por suerte no se lo tomó a mal. Ni él ni nadie a nuestro alrededor. Porque estábamos todos en las mismas condiciones. Del culo.

La Rata se iluminó y le pidió al Moni que nos lleve a un bar a tomar un café. Él era el menos borracho y el que podía llevarnos a tomar algo para sentirnos mejor.
Nos cargó a cada uno en un hombro y nos llevó hasta el bar de un profesor nuestro, donde amablemente nos sirvieron un café doble a cada uno.
Terminado el café vino el último vómito.

Ya estaba en condiciones de regresar a mi casa. Con cero energías. Con una mina a cuestas y con un millón de neuronas menos.

- “Rata… ¿por qué no nos sentamos un ratito en las vías? Está tranquila la noche y yo estoy muy cansado.”

Nos despertamos los dos al rato largo de habernos quedados dormidos inconcientemente en las vías del tren. Fue ese el momento donde caímos en la realidad de que no estábamos en estado de hacer locuras por la noche. Que la noche estaba pensada para descansar.

Puedo decir que la mañana siguiente fue eterna. Que no podía acordarme lo que había hecho la noche anterior. Que no tenía ganas de salir de mi cuarto para que mi familia no me preguntara nada. Porque algo me iban a decir. Porque no recordaba cómo había llegado. Porque no recordaba, a esa altura, que había hecho la noche anterior. Ni recordaba la existencia de Juli. Ni de la Rata. Ni de los piscos de Adri.

Golpearon la puerta. Era mi vieja que venía a darme el teléfono, porque había recibido una llamada.
Era Pablo que me estaba esperando para estudiar y estaba preocupado porque le había dicho que iba a ir por la mañana y aún no tenía novedades mías.

Finalmente reaccioné. Me despertó el olor a vómito que venía de mi remera. Ésta yacía al costado de mi cama.

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